viernes, 15 de agosto de 2014

Camión? Yo? No, Gracias!


Recuerdas aquél momento de tu infancia en el que tus papás te llevaron a las ferias y te subieron a un juego mecánico en contra de tu voluntad? Tenías miedo, veías a todas las demás personas reirse macabramente, y solo rogabas a Dios por bajarte y salir corriendo para llorar donde nadie te viera. Sí, exactamente esa es la sensación de subirte a un autobus urbano.

Camión? Yo? No, gracias! Yo paso; prefiero un carrito (que aunque no sea de lujo) me mueva para todos lados, donde traiga mi closet en la cajuela, y donde me puedar retocar el maquillaje "a mis anchas". Hay ciudades como Moscú, Viena, Hong Kong o Munich, dónde el sistema de transporte público es excelente y todo es limpio, moderno y seguro. Sin embargo, en otros países como mi querido y amado México, no es tan CÓMODO que digamos.

Los dejo con esta crónica que escribí hace un tiempo para un periódico en el que trabajaba, cuando aún era “estudiambre”, vivía en otra ciudad y moverme en camión, más que gusto, era toda una necesidad…





Cómo cualquier estudiante foránea sin coche en esta ciudad, me veo en la necesidad de tomar autobús, la ruta 635 para ser exactos. No sé si es la mala suerte que tengo, si el servicio es tan insuficiente o ambas, que cada vez que tengo que tomar esta ruta, el camionero se pasa de largo o pasa tan lleno que no se detiene.

El miércoles pasado salí cansadísima de la escuela, eran aproximadamente las 3 de la tarde y me dirigía a la parada que está justamente entre las calles Pablo Neruda y Av. Patria. Cinco minutos…diez minutos…quince minutos y pasaban todas las rutas que deben hacer parada ahí menos la 635 A, que va rumbo a Zapopan. Cuando por fin pasó el autobus, el camionero ni siquiera hizo parada y las 7 personas  que estábamos esperando nos miramos unos a otros con cara de frustración.
Diez minutos más tarde pasó la misma ruta que, afortunadamente, ésta vez si se detuvo, pero para el colmo de los colmos, iba llenísimo.

He batallado para conseguir los famosos transvales (o “transpobres”, como les llaman los locales) así que pagué mis cinco pesos como todos los que subían antes que yo. Y no era la única que había tenido mal día, puesto que el chofer ni siquiera me respondió las buenas tardes al momento que me daba mi boleto apresuradamente. Todavía ni terminaba de subir la última persona cuando el chofer ya estaba arrancando.

Subí pues al camión y sólo sentí la mirada de desesperación de todos los pasajeros, puesto que iba tan lleno que no se explicaban cómo era posible que siguieran subiendo más.
Dieciséis asientos de un lado, dieciséis del otro y cinco en la parte posterior, que suman un total de 37 lugares. Imaginen cuantas personas iban en el camión: 50. Las que por suerte alcanzaron asiento iban asándose y las demás, que como yo, iban de pie, luchaban por no caerse ante lo cafre del chofer, que conducía como si llevara vacas.

Amas de casa, estudiantes, obreros, empleados de plazas comerciales, enfermeras,  adultos mayores. Todo tipo de personas viajaban en esta ruta.
Observaba cada uno de los rostros de las personas que estaban sentadas enfrente de mí y que de tanto en tanto chocaban nuestras miradas: una señora de edad madura, con unas cuantas canas venía repasando las letras de un libro de páginas amarillosas, y junto a la ventana, una joven de unos 20 años que iba durmiéndose, y cada vez que el camión frenaba ella se estremecía y abría sus ojos negros asustada.

A mi costado derecho, un tipo alto, ojo verde y bien parecido, se sostenía firmemente con sus dos fuertes brazos atléticamente marcados. Todos los que íbamos de pie nos balanceábamos  de un lado a otro al son del camión, menos el “guapote”, a quien parecía no importarle y ni siquiera parecía hacer esfuerzo por no caerse.”
La enfermera de mi lado izquierdo iba absorta viendo hacia la ventana escuchando un reproductor de música. Y quedando espalda con espalda, se encontraba detrás de mí una señora que me iba empujando con sus atributos posteriores, osea sus nachotas, de tal manera que yo casi me caía de boca.

Todo esto ocurrió apenas subí al camión. La siguiente parada quedaba justo enfrente de la segunda entrada de la universidad. Ahí subieron otros cinco estudiantes que también iban saliendo de la escuela. ¡Pero subían!, nadie bajaba, y como ya no había espacio para seguir subiendo pasajeros, el chofer sólo gritaba: “Haber raza, recórranse por favor” y  todos las pasajeros, incluyéndome, nos íbamos recorriendo al fondo con un ligero gesto de desprecio.
Las personas que parecían cómodamente sentadas también sufrían las consecuencias, ya que al  momento de recorrernos no faltaba el codazo o panzazo de los que íbamos de pie.

Y seguía avanzando… próxima parada: Plaza Andares, donde subieron 10 personas más. Era imposible que siguieran subiendo cinco personas por cada una que bajaba.

Sin duda, los peores momentos cuando se viaja en un camión urbano son al momento de arrancar, de frenar y en las curvas. Fue precisamente en la curva de Plaza Pabellón donde el autobus casi se voltea del peso que llevaba (que obvio no fue diseñado para tal cantidad de pasajeros).

Tenía mis manos cansadas de sujetarme del tubo superior pero no podía soltarme ni un instante: si lo hacía, ba a salir volando por alguna de las ventanas, que por cierto, no entiendo por qué venían cerradas.

Plaza Pabellón fue la última parada que hizo, dónde subió tal cantidad de gente que en el camión íbamos ¡73 pasajeros! Ahora sí que, en caso de sufrir un accidente, nadie vive para contarlo. Era impresionante ver cómo las personas que se encontraban justo en los escalones de la entrada iban embarradas a las puertas y suplicando para que éstas no se abrieran de la presión que ejercían sobre ellas.

En el trayecto de esa parada hasta la basílica de Zapopan, no subió ni bajó absolutamente nadie pero eran un calor y un gentío insoportables.

Hagamos énfasis en lo siguiente.  Si cada persona que sube paga cinco pesos, en sólo ese trayecto ingresaron 400 pesos. Ojo: sólo en ese trayecto. ¿Y si todo el día viajan las misma cantidad de pasajeros en el camión? ¿No habrá suficientes entradas al día, a la semana o al mes para comprar más unidades y satisfacer la necesidad de transporte de tanta población?  Porque, no es la primera vez que me sucede, ni será la última y a comentarios de otras personas es la misma situación diariamente y de todas las rutas.

“Piiip”-sonó el timbre del camión para hacer parada en mi lugar de destino, la Basílica de Zapopan. Ahí bajamos todos. La gente bajó quejándose de lo entumidos que iban, pero igual de felices por haber estirado sus piernas y finalmente poder respirar aire puro y fresco. Parecía como si quisieran hincarse y besar el suelo para gritar: ¡Tierra!

Conclusión: Si tiene que viajar en camión, no lo haga en horas pico.
Esperen, ¿hay alguna hora que no sea hora pico?



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